Advertencia: este post no hablará de lo divertido que es tener más de seis bolsas en la mano y todavía ir por más (sería muy aburrido en caso de que un hombre se aventurara a leer esto), sino más bien tratará de mirar este tema con una perspectiva más agresiva -y real.
Para todos ustedes, el desafío más grande que tenemos que pasar las mujeres después de convivir en este hermoso planeta con el género masculino: las compras, más conocido como shopping (a todos se nos escapa nuestro lado alienado alguna vez). Pero OJO que esto es cosa seria. Podría concluir, tras mi corta pero experimentada vida en este tema, que ir de shopping no es tan simple como todos ustedes miembros del sexo macho piensan que es -ahora estoy asumiendo que algún hombre está leyendo esto. Es una verdadera batalla. Una guerra en muchos casos. He aquí las razones por las que he llegado a esta emocionante conclusión.
Como mencioné líneas arriba, hoy fui de compras. Sí, para variar. Todo fluía sin ninguna novedad: primero ver toda la ropa de la tienda, luego probármela, dejarla en su sitio, seguir dando vueltas a lo que ya vi más de cinco veces, volver al probador y llevarme lo primero que había escogido (esta es la parte que me pareció que podía ser aburrida para los hombres así que la pasaré rápido. Qué considerada soy). Como dije, parecía ser una tarde normal hasta que por esas cuestiones de la vida levanté la mirada y me encontré con cien carteles colgantes que decían "Liquidación en toda la tienda". Entré en un trance emocional indescriptible. De inmediato mi cara se convirtió en la de Scar. Es en este preciso momento, y presten atención, cuando la tienda se convierte en un campo improvisado de batalla.
Yo no estaba sola, felizmente mi madre me había acompañado (de tal palo, tal astilla). Éramos nosotras dos contra el mundo. Las palabras componían un diálogo bastante corto y con aspiraciones militares.
- Mamá, tú mira por la derecha, yo voy por la izquierda.
- ¡Acá encontré algo!
- Quédate ahí, no te vayas a mover.
Mientras caminaba a paso ligero, no no, mientras corría para darle el alcance, algo distrajo mi mirada de su foco de atención: un saco negro precioso, quizás el más precioso que haya visto jamás. Le hice una señal cautelosa a mi madre para no levantar sospechas y me dirigí tranquila al stand de los sacos -una vez más para que 'nadie' se percatara de mi astuta jugada. En cuanto llegué, casi de la nada apareció una voluptuosa mujer; pero no me dejé intimidar por su figura (el lunes empiezo la dieta). Nos lanzamos una mirada que parecía de vaqueros del oeste antes de sacar el arma y luego, como quien no quiere la cosa, tratamos de convencernos la una a la otra de que no había desesperación en conseguir ese saco. Buscábamos tranquilamente nuestra talla, mirándonos de reojo de vez en cuando y sonriendo hipócrita pero estratégicamente. Cuando por fin conseguí mi talla y pretendía sacarla del colgador para probármela, una fuerza extraña me lo impidió. Otra vez mi cara imitaba torpemente la de Scar.
Esta mujer de escandalosas curvas había cogido el mismo saco que yo; quién lo diría, quizás después de todo no estoy tan mal. Empezó una auténtica Guerra Fría. Mi madre llegó para cubrirme las espaldas y lanzó un mensaje que en la vida real se conocería como indirecta: "Olvídate, ese saco dentro de unos meses se va a estirar y te vas a ver gorda". Lo raro de esto que es que no funcionó. La susodicha se lo llevó de todas formas. Pero no lloré desconsolada. La guerra no había terminado.
- A tu izquierda, a tu izquierda, a tu izquierda.
- No hay nada, mamá.
- Más a tu izquierda.
- Ya vi. Voy a correr pero no me sigas.
Y me fui. Me fui en busca de la felicidad. Blusas por montones y lindas chompas. Marqué territorio y no me moví de ahí hasta encontrar mis colores y mis tallas. Mi premio consuelo resultó ser inclusive mejor que el regalo mayor. Llegué a la caja contentísima por mi elección y porque por supuesto sabía que nadie tenía la misma ropa que yo porque estaba bastante escondida. Una señora en la cola se quedó mirando una de mis chompas y sin ningún reparo me preguntó: "¿Dónde la has conseguido?". "Por la zona de los sacos", respondí mientras sonaba mi risa malévola de fondo. Como verán, esa fue mi última victoria, no decirle dónde había encontrado mi valiosa prenda. La mandé a los sacos porque en realidad fue lo primero que se me ocurrió. Era eso o decirle "en la zona de carteras", que ya no es tan creíble.
Hacer compras suele frustrarme cuando no consigo lo que fui a buscar, pero me conformo con no irme con las manos vacías. Estas últimas líneas ya no están cargadas de despecho sino de regocijo puro. Iré mejorando mis tácticas y estrategias hasta que me convierta en una experta y me sienta mejor respaldada al atreverme a contarles todo esto. No tengo certificados pero tengo buen gusto, es todo lo que tengo para ofrecerles.
Mujeres: no le digan a nadie de la cola dónde consiguieron lo que consiguieron si no quieren tener gemelas no reconocidas por la calle. Y, obviamente, no le crean a las que te dicen dónde consiguieron lo que consiguieron. Mejor aún, no pregunten.
Hombres: igual ya leyeron el mensaje para las mujeres pero a ustedes les digo que nos entiendan un poquito más. Que esta batalla es divertidísima.